viernes, 18 de mayo de 2012

Si el amor de felicidad se trata, el tenerlo al lado, nos maltrata.

Comenzó el día, el amanecer hacía arder los grandes ventanales, ese bello destello de luz apaciguando el despertar. Toda la magnificencia del árbol, de las nubes celestiales, del sonar de los pájaros y de aquel gallo que se encontraba a unas pocas casas pegadas a mi magnífico alumbramiento mañanero. Era el gran día, todo relucía inmensamente excitante, todo era luz, todo era especial, pues a pocas horas del día esperado, de la mañana anhelada, de la espera de días enteros de ese encuentro amoroso con su enamorada, Azul.
Se levantó Juan con todas sus ansias a afeitarse, a cambiarse y a incurrir a la primer cita con Rocío. 
Eran pasadas las diez, cuando ya se encontraba a pleno encuentro. Llegó al cabo de media hora de camita, aunque para el muchacho eran momentos de puro esbozo de felicidad y no pasaba el tiempo, puesto que disfrutaba desde la espera hasta la despedida, admiraba por completo cualquier desesperación a causa de amor. Amaba por completo –o al menos era lo que en su mente se creía el-, sentía amor por encontrarse, ya que sentía la ilusión de fantasear sobre que harían, que diría, cuantos besos recibiría, cuantas caricias; también sentía amor por el desencuentro, el saludo final, el apasionado beso que se darían, las claras imágenes que se le formarían a posteriori.
Allí venía su amada, con mirada ignorante hacía él, ¿no lo habría reconocido? acaso, ¿lo hacía apropósito el mantener esa mirada perdida para hacerse lucir ante su amado? Son solo cosas que se le aparecían sin explicación y sin contestación a sí mismo, siempre le alteraba el qué pasaría, al ver a alguien. Claro está que se dejaba ilusionar en soledad, se dejaba llevar por la imaginación Juan, aunque de ello dependiera el futuro, más cuando la vida atravesaba la imaginación no podía controlar la fantasía, algún hilo se cortaba y lo dejaba caer a la realidad. Poco a poco se acercaba Azul. A paso lento, pero seducidor. Él se levantó a recibirla, ella advirtió su presencia y sonrió. Al cabo de unos segundos abrazados se saludaron.
- ¡Juan qué cambiado que estás! –dijo la jovenzuela al sonreír. Me acuerdo de tu cara, aunque ya no es la misma que tenías de niño; pero seguís teniendo esa angelical mirada, esa sonrisa apasionada, me alegra mucho volver a vernos después de tantos años. ¡Hay como pasan los años, querido!
- Gracias –ahora comprendía el porque ella lo había esquivado con la mirada, no lo había reconocido-, vos aún conservas tu magia en las palabras, tu sonrisa, tus bellos rizos. ¡Cuan alegre estoy de verte también! ¿cuántos años han pasado? ¿diez? No importa, yo también ya perdí la cuenta – sonrió a la ignorancia de la memoria.
- Fue mucho, pero aún te tengo en mi cabeza revoloteando, tengo sed ¿vamos a tomar un helado?
Ambos se tomaron de la mano y encaminaron a la heladería.
Él optó por invitarle, como buen caballero y así concluyeron a una larga conversación a raíz de preguntas de su infancia, de sus recuerdos. ¡Cuan lindo era recordar esos momentos! –pensó Juan.
De pronto como una luz intermitente logro su fin, se apago y con ella, su corazón sintió ese apagón. Algo le había paralizado la mirada en una desilusión, presentía el destino muy cerca. Entre palabras confusas se armaban frases desilusorias, entre ellas sonaban “…y ella me ha presentado al amor y se fue”; “El viento hace palpitar mi corazón, en mi cabeza suena su nombre y confundo la tristeza con el amor”; “Ella de pronto se escapará de mi como miles de sueños se esfumaron y nunca fueron”.
Como si fuera eso poco, Azul notaba su cara como se apagaba, lo veía alejarse. Pero siguieron conversando, obviando esa ventisca de malos presentimientos; sin embargo, ahora ella también estaba poseída por la misma desilusión, sin saber de los pensamientos de Juan, pero sintiendo el peso de su tristeza sobre su rostro. Debía hacer algo al respecto, debía sacarle una sonrisa, pues esa era la manera que ella tenia desde hacia mucho tiempo, y eso era lo que a Juan y a ella los reunía, la capacidad de dar y recibir alegrías y tristeza juntos.
- Me parece agradable que a la noche me invites a ver una obra de teatro –quizás como mujer dejaba vender su compañía a cambio de una sonrisa de su amor platónico de la infancia.

Aceptó sin represalias, pero solo que el descontento lo atormentaba y no dejaba que su cabeza se tranquilizara. No había en ese momento mas que ganas de apartarse del mundo real, de tirarse bajo un tren, de volar sin paracaídas y sentir la muerte a segundos de distancia. Era inmedible el destino, era incomprensible su demencia a tal punto que no sabia quien era, que su infancia se había borrado, ya no era mas un jovenzuelo, ya no compartía mas el mismo amor hacia Azul y eso lo desgarraba profunda e intensamente por dentro. Sus recuerdos eran solo palabras, sus ojos solo lo transportaban a pequeñas imágenes sin sentido, sin siquiera asemejarse a la realidad misma de lo que había sido. No tuvo mas remedio que aceptar lo que le pasaba, de dejar caer toda su fuerza sobre su cuerpo, la tensión no daba mas sustento. Sus hombros caían, su espalda se encorvaba de manera imperceptible para Azul. “No tiene mas sentido seguir avanzando, debo, debo, si debo rendirme aquí mismo ¿hacia donde voy? ¿por qué me ilusiono con ella, si su compañía es por lastima?
Ni una sola palabra se habían disputado, cada uno sabia bien su postura, Azul por su parte, no quería atormentarlo mayormente, y por el otro lado Juan que no tenia ahora mas sentido. “Y pensar que a la mañana estaba transpirando felicidad, o ¿acaso no era felicidad amar cualquier cosa a mi paso?” –pensaba Juan. ¿Acaso el muchacho comprendía el sentido de la felicidad, sabia bien cual sentido tenia, o solo determinaba por su propia cuenta: “la felicidad es momentánea”?
Miles de dudas lo dominaban, pero se mantenía fija la idea de la felicidad: ¿qué era? ¿existiría? ¿Cómo se llegaba a ella?, ¿quién se lo podía explicar?

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